Lo propio del discurso filosófico
Lo
que hace precisamente que un discurso filosófico no sea simplemente un discurso
científico… lo que hace que un discurso filosófico desde Grecia hasta nuestros
días no sea simplemente un discurso político o institucional… lo que hace en
fin que un discurso filosófico no sea simplemente un discurso moral… es que, a
propósito de cada una de esas preguntas, el discurso filosófico incorpora
también las otras dos.
El
discurso científico es un discurso del cual se pueden definir las reglas y los
objetivos en función de la pregunta: ¿qué es el decir verdadero? ¿cuáles son
sus formas, cuáles son sus condiciones y estructuras?
Lo
que hace que un discurso político no sea más que un discurso político, es que
se limita a preguntar acerca de la politeia, de las formas y de las estructuras del gobierno. Lo que hace que un
discurso moral no sea más que un discurso moral es que se limita a prescribir
los principios y las normas de conducta.
Lo
que hace que un discurso filosófico sea otra cosa que cada uno de estos tres
discursos, es que no plantea jamás el problema de la verdad sin al mismo tiempo
interrogarse por las condiciones de ese decir verdadero, sea del lado de la
diferenciación ética que obra en el individuo el acceso a esa verdad, sea aun
en el aspecto de las estructuras políticas en el interior de las cuales ese
decir verdadero tendrá el derecho, la libertad y el deber de pronunciarse.
Lo
que hace que un discurso filosófico sea un discurso filosófico y no simplemente
un discurso político es, que cuando pone el problema de la politeia (de la institución
política, de la repartición y de la organización de las relaciones de poder)
pone al mismo tiempo el problema de la verdad y del discurso verdadero a partir
del cual pueden ser definidas esas relaciones de poder y su organización, pone
también el problema del ethos, es decir, de la diferenciación ética en la cual esas estructuras
políticas pueden y deben dar lugar. Y por fin, si el discurso político no es
meramente un discurso moral, es que no se limita a querer formar un ethos, ser la pedagogía de
una moral o el vehículo de un código.
El
discurso filosófico no plantea jamás la pregunta del ethos sin
interrogarse al mismo tiempo por la verdad y la forma de acceso a la verdad que
podrá formar ese ethos, y sobre las estructuras políticas al interior de las cuales este ethos puede afirmar su
singularidad y su diferencia.
La
existencia del discurso filosófico, desde Grecia hasta ahora, es precisamente
la posibilidad o, mejor dicho, la necesidad de este juego: jamás preguntar por
la aletheia sin relanzar, al mismo
tiempo, a propósito de esta verdad, la pregunta por la politeia y el ethos. Lo mismo vale para la politeia. Lo mismo vale para el ethos.
Michel
Foucault, Le courage de la verité: Le gouvernement de soi et des autres, Cours au
Collège de France 1984, Paris, 2009.